Estoy anestesiada...
No extraño.
No amo.
Solo existo.
Con mis pensamientos,
mi viaje, mi cuerpo,
mi vida, mis sueños,
mi experimento.
Es decir, empiezo a percibir una pequeña alarma
que anuncia entre susurros:"se acerca el invierno".
Pero está lejana, distante.
No siento.
Estoy adormecida.
Tal vez sea el resultado ante
una descarga masiva de adrenalina.
Adrenalina que hasta hace un par de semanas
dejó de fluir en cantidades adictivas.
Aún quedan residuos...como ráfagas.
Ráfagas de felicidad, de aventura,
de realización de todo un sueño acumulado por tanto tiempo.
Creo que se podría comparar
a lo que sentiría un ave la primera vez
que el viento roza sus plumas bajo sus alas.
Es la sensación del presagio de algo inevitable
Es la sensación del presagio de algo único.
Requiere de mucho coraje,
hay que dejar el nido.
Hay que dejarlo todo.
No hay nada concreto.
Lanzarse a la nada,
apostarlo todo.
No hay tiempo para pensar.
Es hora.
Una vez en aire,
después de la descarga de energía ,
es justo en ese momento
de suspensión,
en ese mili/segundo,
donde la gravedad no aplica
y el tiempo se detiene.
Justo ahí es cuando ya
no se siente nada.
Ya nada de lo que importaba importa
entre la dualidad de estar despegando
o estrellándose contra el piso
solo reina el ahora.
La sensación de mi cuerpo,
la velocidad en la que parpadeo,
y reflexionar entre siglos y segundos a la vez.
No se siente nada más,
No existe nada más.
Estoy consciente que esta anestesia
es momentanea. Pero es lo más cerca
que he estado de experimentar paz.
Paz mental y espiritual.
Con todo y sus atropellos.
Y la turbulencia.
Y la lluvia.
Y los gritos.
Y la guerra.
Inhalo y exhalo.
Pero todo se ve tan relativo desde el punto cero.
No sabía que se podía experimentar esto.
No sabía que era posible vivir tantas contradicciones
en un solo momento de energía.
Como una hoyo negro.
La gravedad de un agujero negro,
o «curvatura del espacio-tiempo»,
provoca una singularidad envuelta
por una superficie cerrada,
llamada horizonte de sucesos.